La voz y el lenguaje son fundamentales para el desarrollo y la transmisión de los conocimientos y emociones del ser humano. Éste tuvo la necesidad de comunicarse entre sus iguales, primero para la supervivencia y después para la socialización. El lenguaje oral es la forma más importante de comunicación para estos fines, pues se presenta en la humanidad antes que la escritura y que cualquier otra forma de comunicación. Gracias a ésta se tuvo la oportunidad de crecer intelectual, afectiva y socialmente y es fundamental para la socialización e interrelación con sus pares desde los primeros años de vida y durante toda su existencia.
Previo a la pandemia, en el Instituto Nacional de Pediatría (INP) se atendían diferentes patologías relacionadas con el habla, lenguaje, voz, alteraciones en el ritmo y articulación secundarias a problemas de retraso en el desarrollo, pérdidas auditivas conductivas y neurosensoriales, alteraciones en el aparato fonoarticulador, alteraciones neurológicas y metabólicas, entre otras patologías; con el regreso a consulta en forma normal en el INP, se observó el incremento de retrasos del lenguaje en la población del instituto, esto debido al confinamiento en general. En la pandemia los niños fueron expuestos a un aislamiento que limitó su neurodesarrollo propio de su edad cronológica, de manera abrupta, 30 millones 148 mil 677 estudiantes de educación básica y media superior dejaron de ir a las aulas, guarderías y estancias infantiles, afectando especialmente este retraso a la población entre 2 a 5 años.
A los pacientes menores de 3 años se presentó un aislamiento lingüístico, que provocó un retraso del lenguaje por la falta de interacción con otras personas fuera de su círculo familiar. Este retraso se elevó de una forma importante cuando eran hijos únicos, ya que previo al confinamiento, en su mayoría tenían convivencia con abuelos, tíos, primos, guarderías, estancias, etc. en donde se fomentaba la adquisición y práctica del mismo. Al estar aislados los menores con los cuidadores, y estos en “home office”, disminuyó la adquisición y práctica del lenguaje.
Existen varios factores que alteraron procesos de comunicación y socialización: el primero fue el uso excesivo de los dispositivos electrónicos (tabletas, celulares computadoras personales) limitando el interés de los niños por otras actividades. Los menores de este grupo de edad fueron expuestos a éstos por la necesidad de distraerlos y mantenerlos ocupados y en silencio por periodos largos de tiempo para que los cuidadores pudieran trabajar; así, estos dispositivos cumplieron la función de “nanas”. El segundo fue la falta de estimulación y retroalimentación del lenguaje, ya que al estar en aislamiento el uso de la jerga lingüística que cada hogar tiene (que es una forma de comunicarse entre los miembros de la familia y los menores “facilitando” sus necesidades) aumentaron el retraso lingüístico. Por último, el uso de mamila o chupón alteró la pronunciación, así como la colocación de la lengua para los fonemas.
Una de las maneras de notar de forma temprana las alteraciones en el lenguaje es que los pediatras lo identifiquen y deriven al paciente oportunamente para ser atendido por un equipo multidisciplinario encabezado por el foniatra y la terapeuta del lenguaje para diagnóstico y seguimiento a corto, mediano y largo plazo, e implemente estrategias individuales con ayuda de la familia y al equipo tratante para optimizar metas, objetivos y resultados.
La pandemia provocó en estos pequeños de 1 a 3 años, no sólo un retraso del lenguaje, también derivó en un aislamiento social que generó episodios depresivos y/o ansiosos, alteraciones en el lenguaje, el neurodesarrollo y los trastornos por estrés postraumático. Por lo cual, lo anterior no es un problema menor y no se corrige con la socialización; en realidad, representa un reto mayor que exige un cambio de pensamiento y reducar a los cuidadores, así como una intervención oportuna multidisciplinaria en todos los niveles teniendo como eje fundamental la familia, sea cual sea la estructura de ésta.
Es indispensable que como trabajadores de la salud recordemos en todo momento el implementar atención multidisciplinaria del menor y, en este caso en particular, la detección e intervención oportuna de los retrasos del lenguaje, pues nos darán la oportunidad de generar una integración social, educativa y afectiva al paciente, dando un individuo con mayores oportunidades.