Toda estructura tiene un elemento crucial, una piedra angular, una piedra madre, que cuando falta, hace necesarias medidas extraordinarias para sostener la estructura. En nuestro pequeño universo, de la comunidad de patólogos, Daniel Carrasco era una piedra angular. Su ausencia, con su intempestiva muerte el domingo 3 de febrero ocurrida mientras corría en compañía de su hermano en la zona boscosa del Nevado de Toluca, ha sido una sacudida que nos obliga, al tiempo que asimilamos el dolor de no tenerlo ya con nosotros, a recorrer el camino que hicimos bajo su conducción y con su compañía, y a tomar acciones para proseguir este camino por nuestra cuenta.
La dilatada copa de la vida Daniel la apuró con una avidez que lo llevó a agotarla antes de tiempo. Todo lo que hacía lo pensaba en grande, lindando con la desmesura.
Su paso por la Asociación Mexicana de Patólogos llenó todos los escalones. Fue Tesorero durante la gestión de Isabel Alvarado, Secretario durante la gestión de Rosa Luz Fernández y Presidente durante el bienio 2010-2011. Como tesorero, conjuntó los esfuerzos internos y consiguió los apoyos externos para que nuestra Asociación, por primera vez en su historia que ya rebasaba el medio siglo, tuviera un inmueble propio y una sede permanente. En ese lapso de seis años en la directiva de nuestra Asociación, su energía inagotable, su carisma y bonhomía, lo llevaron a establecer lazos de amistad personales y profesionales con los patólogos iberoamericanos en nuestro subcontinente y en España de tal suerte que, al celebrarse el congreso bienal de la Sociedad Latinoamericana de Patología en Antigua de Guatemala en otoño del 2009, no tuvo ningún tropiezo para asumir, con el apoyo general de la Asamblea, la presidencia de la Sociedad Latinoamericana de Patología y disponerse a organizar nuestro Congreso en Oaxaca en otoño del entonces lejano 2013. Su desaparición, a ocho meses de este empeño al que tanta atención y energía le invirtió, deja una cargada estafeta a sus sucesores, los presidentes Roberto Herrera de la Asociación Mexicana de Patólogos y Eduardo Luévano de la Federación Mexicana de Anatomía Patológica, quienes han tomado el relevo y se disponen a llevarlo a la recta final.
Sus raíces en Oaxaca se manifestaban en todo lo que hacía. Había nacido allí en 1959, en el seno de una familia de añeja prosapia regional, distinguida en cultura y política. Allí se formó como médico, en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Su especialidad en anatomía patológica la cursó, ya en la Ciudad de México, en el Hospital General Manuel Gea González como sede, con pasantías por el Hospital Infantil de México, la Unidad de Patología del Hospital General, el Instituto Nacional de la Nutrición, el Hospital de Oncología del Centro Médico del IMSS. Ya como especialista se integró como patólogo en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias. A lo largo de estas tan diversas experiencias, integró una riquísima red social, de colaboración profesional y de amistad personal. Era el punto de convergencia de numerosos oaxaqueños, y no oaxaqueños, que lo consultaban como médico, como amigo y como consejero. En nuestro Instituto organizó a los médicos oaxaqueños en reuniones, comidas, periódicas en lo que devino el Grupo Rueda (por su emblemático decano, el Dr. Fernando Rueda Franco, oaxaqueño), grupo al que nos fuimos adhiriendo una diversidad de oaxaqueños espurios, honorarios y habilitados, atraídos por el encanto de la concurrencia y la delicia de la comida y la conversación.
Llegó a nosotros, al Departamento de Patología del Instituto Nacional de Pediatría, en marzo de 1993 y nos acompañó durante 20 años. Aquí decidió dedicar su inagotable energía a la patología pediátrica como primera actividad. De joven patólogo, ya brillante, creció a transformarse en experimentado profesional, de polifacéticos intereses y de implacable capacidad diagnóstica.
Como microscopista, era un “natural”. Ante la histología de un caso difícil, encontraba los datos cruciales que todos buscamos, y encontramos, pero lo hacía mucho más rápido que muchos de nosotros. Como anatomista macroscópico fue impecable. Era una delicia verlo disecar una pieza compleja; las cardiopatías congénitas se convertían en sus manos en piezas de museo.
Ya para remate, tenía una caligrafía que muchos le envidiamos siempre. Profundizó en sabiduría y erudición en patología pulmonar, hematopatología y dermatopatología. Y mientras hacía eso, tuvo una brillante gestión como vicepresidente y luego presidente de la Asociación Médica del Instituto Nacional de Pediatría.
Oficiaba desde su oficina en el Departamento de Patología, de un sobrecargado barroco (que él insistía era minimalista). Allí acudían cirujanos, enfermeras, pediatras, administrativos, residentes y estudiantes, con diversas peticiones, dudas o simplemente con deseo de conversar. Todo ello a pesar del letrero que indicaba: Gracias por No Estacionarse. Esta actividad se incrementó durante sus años como Jefe de Servicio de Patología Quirúrgica y llegó a la apoteosis al asumir la Jefatura de nuestro Departamento de Patología en julio del pasado 2012. Cumplía así cabalmente la función del patólogo institucional, de ser punto de convergencia y polo de atracción de la actividad médica.
Y nos hizo la vida agradable a los que fuimos sus compañeros de cada día. En su inexplicable tiempo libre se las arreglaba para de todo enterarse y, así, nos tenía al tanto de películas de estreno, estadísticas del béisbol de las ligas mayores y de la liga mexicana, de telenovelas y resultados del box, de todo lo que salía de política, sociales y deportes, de los suplementos culturales del domingo, de los últimos libros que aparecían, de todo lo que se decía y se oía en los mentideros de la política y la farándula.
El dolor de perder a Daniel se quedará con nosotros mucho tiempo. Pero aparte de eso, deja muchos huecos.
Nadie es insustituible. Daniel no lo será. Pero seremos necesarios muchos para llenar los múltiples huecos que deja