Nació el 4 de noviembre en la provincia mexicana, en donde pasó apenas unos cuantos años antes de que la familia se trasladara a la Ciudad de México en la que transcurrió su infancia y se graduó como médico. Hizo su residencia en Medicina Interna en el aquel entonces Instituto Nacional de Nutrición y su especialización en Endocrinología y Metabolismo en Dallas, Estados Unidos.
En la década de los setenta, el doctor Robles fundó el servicio de Endocrinología del Instituto Nacional de Pediatría, su segunda casa. Tomó su nueva labor con energía y entusiasmo y, gracias a su inteligencia, elocuencia y capacidad de trabajo, así como por su carácter emprendedor, se convirtió en un pilar de la Endocrinología Pediátrica de México.
Su innata habilidad para hacerse de amigos hizo posible que se nos abrieran las puertas durante nuestra residencia al Instituto Nacional de Nutrición y al Instituto Nacional de Perinatología. Era una maravilla escucharlos hablar como si siempre hubieran estado juntos y ver el gran afecto que el doctor compartió con sus alumnos en los congresos de la Sociedad Mexicana de Nutrición y Endocrinología (SMNE). Su valentía, interés genuino, espíritu de colaboración, capacidad de análisis y juicio acertado dirigió su trayectoria al Consejo Universitario de la UNAM.
Como emprendedor y visionario que era, convirtió muchos sueños en realidades espléndidas: la epidemiología de la diabetes mellitus tipo 1; el programa de tamiz neonatal para hipotiroidismo congénito; la identificación de niños con diabetes monogénica y el tratamiento con hormona biosintética obtenida por ingeniería genética en niños deficientes de hormona de crecimiento, por mencionar algunas. Su máxima creación fue su “Escuela”, una endocrinología pediátrica de vanguardia con dos pies: la medicina basada en evidencias y medicina basada en valores. Un grupo con cierta doctrina y estilo de trabajo, una filosofía de vida y de misión, una tradición cautivadora y placentera que da sentido de pertenencia y que señala el camino.
Al fomentar en sus residentes la trilogía de tener ojos para ver lo bello, espíritu para conocer la verdad y valentía para actuar con justicia, trasmitía conocimientos, pero sobre todo actitudes, valores, principios y toda una forma de ser que resultaban ejemplares, y que sigue conquistando gracias a su brillante trabajo, su visión integral, su dedicación y atención plena a sus alumnos, quienes están dando excelentes frutos, diseminados por todo el país y fuera de él. Los éxitos de sus alumnos eran también suyos… ¡Siempre con tiempo y espacio para saber: “…y ahora tú, ¿en qué andas?!”
El doctor Robles fue muy afecto al cariño. Le complacía sobremanera sentirse querido y que le celebraran con un pastel su cumpleaños. La comida bien hecha era un placer enorme y no la entendía sin poder compartirla con los demás; nosotros, sus alumnos, aprendimos muy rápido el papel biopsicosocial de la alimentación. Claro, era la única alternativa real cuando no habíamos preparado la clase: invitarlo a comer fuera del INP, aun fueran las quesadillas de hongos del Ajusco.
A fines de la década de los noventa, después de años al frente de su querido servicio, decidió aceptar la jefatura del Departamento de Especialidades Médicas. Fue un retiro más aparente que real, pues siguió como profesor titular del Curso de Endocrinología Pediátrica, asistiendo cotidianamente durante los siguientes veinticinco años; fue el alma del Servicio, un ejemplo y un símbolo de unión, un vigilante discreto de su buena marcha. Día tras día se le veía llegar para dirigir pequeñas discusiones extraordinariamente fructíferas y divertidas en las que se hablaba de todo; cuestionaba, refería las novedades de la ciencia y de la política, expresaba su afecto, paraba la oreja cuando se le pedía consejo y si era necesario, por su gran poder de intuición, contaba un chascarrillo para hacer aflorar la sonrisa.
A pesar de su enorme influencia, el doctor Robles supo mantenerse “al margen”, sin interferir, pero listo siempre a prestar la ayuda necesaria, como con mis cursos de Educación para padres y pacientes con diabetes mellitus en donde trasmitió su escuela, su mística y su sueño.
Recibió varios reconocimientos a lo largo de su carrera profesional, pero uno que disfrutó mucho fue el trabajar codo a codo con el maestro Zubirán en su gestión como secretario de la Sociedad Mexicana de Nutrición y Endocrinología. Otro fue la celebración de su llegada a “la adultez mayor”; todavía recuerdo su emoción al ver a la mayoría de sus residentes reunidos y escuchar al doctor Rull en el auditorio del INP. ¡Y cómo olvidar su gran sonrisa en La Cava!
Él nació con estrella, que aún en sus desgracias brillaba. Perdió muchas batallas importantes, sufrió decepciones y dolores profundos, pero nunca se rindió. Trabajó con optimismo y tesón para brindar a su familia el nivel de vida que les permitiera ser mejores cada día. Un día, llegó a su vida Maricarmen (“el alto mando”), a quien queremos y de quien admiramos su amor por el arte. Ella renovó su entusiasmo, lo inspiró, le enseñó a expresar sus emociones, a ir más allá de lo cotidiano, defender lo correcto sin reparar en las consecuencias; en suma: el arte de vivir.
Me atrevo a asegurar que fue una persona esencialmente feliz, porque así lo expresaban sus palabras, sus actitudes y porque era un hombre muy optimista. El encanto de su personalidad atrajo a la mayoría de quienes lo trataron, tenía sin duda una enorme capacidad de seducción, de la que se servía para allanar obstáculos, aunque lo hacía con moderación y tiento. Cuando una mujer guapa le preguntaba “¿Cómo está, doctor Robles?”, él respondía “No tan bien como tú”. Veía el futuro con entusiasmo y tenía un ánimo soñador, aunque sabía actuar con pragmatismo. Siempre creyó firmemente que los avances tecnocientíficos permitirían un día —su gran sueño—, curar la diabetes mellitus y posibilitar la prevención de las complicaciones (que no deberían presentarse y menos en los pequeños).
La calidad excepcional que tuvo la vida del doctor Robles —no exenta de trabajos y dificultades— hace imposible aceptar que aquel martes 20 de julio de 2021 saliera del INP para no regresar. Ese día el doctor Robles comenzó otra batalla -ciertos de que sería una victoria-. Siempre recordaré con gratitud la empatía y solidaridad de los directivos. Fue llevado a su alma mater. Ahí el COVID parecía pequeño, que no iba a poder con él, pero, nos los arrebató el 31 de julio.
Fue hasta el final un maestro y hombre de su tiempo. Tenemos su obra, su “mística”. Podemos sentirla, vivirla, mantenerla y transmitirla día a día para que la aprendan los nuevos discípulos en la clínica. Así perpetuaremos su “Escuela”. El doctor Robles fue un hombre virtuoso; reunía talento, método y disciplina. Como dijo el poeta español León Felipe: “Solo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios”.
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