Rolando Flamand Rodríguez y yo fuimos compañeros de la secundaria y preparatoria en los mismos grupos; además, nos unía un gusto especial por el “fut”. Rolando (pasado de peso) jugaba de portero, no paraba “ni un taxi”, pero la pasábamos bien, sobre todo cuando me invitaba a comer a su casa. Una ocasión, a finales de la secundaria, en su casa se celebraba que el “cerebrito” de la casa (Eugenio) había sido aceptado como cadete en la Escuela Médico Militar… Imagínense, decían:
-Ahí les dan todo tipo de ropa, calzado, alimentación y estancia en cuartos compartidos casi de “hotel”, los fines de semana les dan un “pre” de 6 pesos y lo mejor, si no lo “corren” al salir de mayor tienes asegurada la vida con sueldo.
En la preparatoria No.1 de la UNAM, cada quien siguió su camino, así que nos veíamos con menos frecuencia, sin embargo, me las ingeniaba para invitarme a comer. Cuando casi finalizaba la preparatoria, en una visita a la familia, nuevamente se festejaba que Eugenio pasaba a tercero, lo que significaba que ya no había mayor riesgo de reprobar alguna materia y salir. Como coincidencia me preguntó qué cuál sería mi decisión para la Universidad; yo no lo sabía, sobre todo, porque mi padre había fallecido y la situación económica familiar estaba bastante comprometida. Me dijo:
– Mira “pendejete”, en enero sale la convocatoria, prepárate y concursa…..total, solo son como 500 solicitantes.
En enero de 1955 ingresé como cadete. Durante la semana previa de exámenes corrían muchos comentarios intimidantes de lo que nos esperaba en las “peloneadas” que se prolongaban casi todo el primer año. Eugenio, ya en tercer año, tenía sus cintas de sargento segundo, esto significaba un rango sobresaliente y una distinción correspondiente al desempaño académico-militar. Eugenio era considerado “muy trolero”, lo que significa llevar la disciplina al máximo en lo personal y en el entorno.
Cuando ingresé el primer día, antes de que me raparan “a coco”, se me hizo tarde por buscar a Eugenio… ¡mi salvador! Sorpresa, por la tarde del segundo día de estancia, nos encontramos. Estaba rígido y adusto, impecable:
-Nada de tuteos “pelón”, tu solo eres el vice vice del sub sub…o sea nada…te comentaré solamente una vez, aquí estarás al igual que todos los cadetes, no te quejes, si no aguantas te puedes ir en el momento que quieras, el jefe manda, si se equivoca, no hay problema…vuelve a mandar….a partir de “ya” aprende, el “superior” en antigüedad, rango o comisión, está por “arriba”, esto se prolongará por toda tu vida militar.
Más claro ni el agua.
Tres años después de sobrevivir, relataré lo bueno… Las escuelas militares tenían su equipo de “fut”, así que: como “anillo al dedo”. Los de quinto año: Eugenio, Daniel Rolón y Renato Berrón, como no se completaban, invitaron a los interesados, entre ellos a varios de mi grupo. Teníamos un “trabuco” de equipo, ganamos todos los partidos en que competíamos. Esta euforia se prolongó hasta el Hospital Central Militar en la Liga de Inter-hospitales de la Ciudad. Atesoro muchos recuerdos y vivencias con todos los que se rotaban para jugar. La historia final del “fut” solo quedó en el recuerdo… Después del lapso de residencia de post grado, cada médico fue enviado a diferentes corporaciones y a seguir cada quien su camino.
Eugenio, por merecimientos, fue afortunado y beneficiado para poder acceder a una especialidad, que en México se iniciaba con más formalidad. En Agosto de 1970, se medio iniciaban las actividades en el hoy Instituto Nacional de Pediatría; el Dr Lázaro Benavides, Luis Sierra Rojas, Luis Velazco Alzaga y Rafael Ramos Galván, empezaron a estructurar los cuadros académicos buscando el talento humano dentro del país y del exterior.
Así como aconteció en su momento en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, el ahora Instituto Nacional de Salud, el Instituto Nacional de Perinatología, el Hospital de Pediatría en el CMN del IMSS y el Instituto de Salud Mental, la columna vertebral, que garantizaría la disciplina, la capacidad de convocatoria y el liderazgo, estuvo formado por médicos militares.
A finales del primer año de labores del INPed, el área de cirugía tenía una pléyade de especialistas (todos militares): Eugenio Flamand en cirugía cardiovascular; Jorge Cueto en cirugía general; Octavio Ruiz en cirugía de trasplantes; Alberto Peña cirugía de congénitos; Lorenzo Pérez Fernández era cirujano de tórax. Los “colados”: Fernando Rueda, respaldado por Miguel Ramos Murguía, en neurocirugía; Alger León, cirujano general y Horacio García Romero, cirujano gastroenterólogo… Como decía Francisco Beltrán y Luis Duran Romano: “la bota militar”.
Eugenio como cirujano cardiovascular, y en su momento jefe de cirugía, formó a muchos especialistas y dejó una reputación de ser un profesional líder, pionero de la cirugía cardiovascular pediátrica en el país. Eugenio fue el tercer Director General del INPed, durante su desempeño le tocó lidiar con la huelga nacional de residentes y mostrar, con el apoyo del jefe de residentes Dr. José Luis Arredondo, que primero es el paciente. La huelga por fortuna duró tres días.
Los “mílites” del área médica le llamábamos: “Eugenio el breve”, ya que su gestión coincidió con el cambio de gobierno y, como ocurre en nuestro país, “política mata carita”, así que en un dos por tres, empezaron a pedir renuncias y de los doce del área médica, los últimos “mílites” que quedaron transitoriamente fueron: Renato Berrón, Nicolás Santana, Lorenzo Pérez y Raúl Takenaga.
Eugenio participó durante casi un año en la planeación del Hospital del Niño Poblano, del que fue su director; y, nuevamente, la ola política y cambio de gobierno, finalizó con la llegada del Dr. Guillermo Solomon.
Una anécdota del Dr. Flamand, el cual tenia como pasión el “beis” (no se si entendía bien la tetralogía congénita de Fallot, pero tenía el “roster” de los “yankees de NY” al día), era que ahorraba todo el año para irse a ver la serie mundial…o al menos, un partido. El Dr. Ramiro García, urólogo, desertado del ejército y pionero de trasplante de riñon en USA, mencionaba que en una ocasión cuando estaba de castigo en el criadero de caballos del ejército en Sonora, Eugenio manejó desde el DF hasta Hermosillo para asistir a la serie final de la liga de la zona del Caribe… “¡pinche loco!”
La última fase de contacto con el Dr. Flamand fue en el INPed, donde asistía como consultante y asesor de enseñanza, participaba con energía y atingencia, todos los días en las entregas de guardia…no dejaba pasar nada, pero enriquecía la discusión y facilitaba la toma de decisiones.
No dudo que el final de un amigo y colega es una pérdida; sin embargo, hay que considerar lo que dejó, que no será fácil de olvidar.
Dr. Ernesto Calderón Jaimes