He pensado mucho en todo lo que nos rodea desde que inició en China, el pasado 8 de diciembre de 2019 (con los primeros síntomas en pacientes), tratando de hacer la analogía de la enfermedad y al mismo tiempo ser objetivo; sin embargo, no podemos negar lo siguiente:
- El virus existe y, además, es casi seguro que llegó para quedarse. Aunque es un virus aparentemente nuevo (SARS-CoV-2), puede ser una mutación de los coronavirus preexistentes, sobre todo del SARS, debido a que comparte ciertas características taxonómicas y clínicas con el SARS-CoV (que causó una epidemia en 2002), o quizá del MERS-CoV (presente de 2012-2015 y afectó a más de 7 países) y que por igual es un b-coronavirus; ambos (SARS-CoV y MERS.CoV) se conocieron a partir de su transmisión, de un animal al humano.
- ¿Que sabemos del Covid-19? A la fecha, comparado con el virus de la influenza (del que hubo muchos expertos hablando al respecto, de las enseñanzas de la pandemia de 2009 y que no los hemos visto aparecer hasta hoy), seguimos aprendiendo de su manifestación clínica clínica, periodo de incubación, trasmisión, contagio e inmunidad, además de su epidemiologia, mecanismos y cadena de transmisión (hasta el momento no están bien determinados), complicaciones, morbilidad y mortalidad (estas últimas, al parecer sabemos cuáles son los puntos álgidos), entre otros. Como tal, a la fecha no sabemos todo acerca del coronavirus SARS-CoV2.
- ¿Qué es lo grave de esta enfermedad? Sabemos que la mortalidad es baja, no así su morbilidad, que aunque también es baja, la vía de contagio es alta; por ejemplo: entendemos que si una persona está enferma o es portadora puede contagiar a 1-2 personas (comparado con la influenza, si hay un enfermo, éste contagia entre 4-6 personas más). Y aunque su mortalidad es baja, repercute en la población de 60 años en adelante, que por el simple hecho de ser adultos mayores y no tener una mejor defensa inmunológica a ciertas enfermedades los pone en mayor riesgo de mortalidad y, además, si tienen comorbilidades (enfermedades cardiovasculares, diabetes, alteraciones pulmonares crónicas, tabaquismo, insuficiencia renal, neoplasias, alteraciones inmunitarias, entre otras) incrementa aún más el riesgo de mortalidad (3.6 a 14.8%). Esta aseveración no quiere decir que no afecte a otros grupos de edad o personas sanas, si bien es cierto el grupo de 10-59 años tiene un riesgo de mortalidad de 0.2 a 1.3% y las personas sanas de 0 a 0.9%.
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